Por: Esteban Carlos Mejía
Sale un libro, uno lo hojea, se antoja, lo compra y luego lo deja en la mesita de noche.

Se esfuman los años y uno sin leerlo. Hasta que el día menos pensado un magnetismo irresistible (yo lo llamo bibliomancia) te arrastra hasta sus páginas. Eso me pasó con El largo camino hacia la libertad, la autobiografía de Nelson Mandela. “Es un canto al poder del perdón y de la reconciliación”, me dijo Kristen Daglish, la abogada australiana que me lo recomendó en 2007. Pues bien, acabo de leer sus 652 páginas y sigo en éxtasis.

Nelson Mandela se llama en realidad Rolihlahla Mandela. En xhosa, Rolihlahla quiere decir literalmente “arrancar una rama de un árbol”, pero su significado coloquial se aproxima más a “revoltoso”. “¿Qué hay en un nombre?”, se pregunta Shakespeare enRomeo y Julieta. “¡Lo que llamamos rosa exhalaría el mismo grato perfume con cualquiera otra denominación!”. De verdad, ¿qué hay en un nombre? ¿Anticipación? ¿Premonición? ¿Predestinación? ¿Bendición de mamá, bendición de papá? Porque Mandela ha sido revoltoso desde muy joven: iconoclasta, contestatario, rebelde, vertical, inquebrantable, como los héroes proletarios de Maxim Gorky o como los mejores personajes de Vasili Grossman en Vida y destino. Pero nadie le dice Revoltoso, ni charlando. Mandela siempre ha sido (¡es!) Madiba, el nombre de su clan familiar. Madiba. ¡Qué luz en las tinieblas! ¡Qué resplandor al mediodía! ¡Qué líder!

El largo camino hacia la libertad, Madiba cuenta su vida con deslumbrante honestidad. Se empecina en señalar sus errores, carencias y miedos. No es un mesías ni quiere que lo perciban así. A cada tanto se pregunta cómo hacer las cosas bien. ¿Ser abogado para enriquecerse o para defender a los débiles? ¿Vengarse de los opresores blancos o crear una Sudáfrica multirracial y democrática? ¿Arrodillarse ante los captores o enfrentarlos con valor? ¿Desangrar a la nación o dialogar? Madiba reflexiona, debate, sintetiza. Cuestiona los tópicos más difundidos y las argumentaciones más venenosas. Llega incluso a dudar de su insuperable habilidad para convencer a los demás, desde los policías que lo arrestan en una carretera del Transkei hasta los jueces que lo empapelan con cargos atrabiliarios, pasando, claro está, por sus contradictores dentro del Congreso Nacional Africano, CNA, el partido en el que ha militado toda la vida.

En el libro abundan la inteligencia y la dignidad, lo épico y lo trágico, lo procaz y lo sublime. Por ejemplo, el día de su liberación, tras casi 30 años en prisión, Madiba se dirige a una muchedumbre en Ciudad del Cabo. Lee con las gafas de su esposa Winnie pues ha olvidado las propias en la cárcel. ¿Qué dice? Habla con el corazón: “Me presento ante vosotros, no como un profeta, sino como vuestro humilde servidor, como un servidor del pueblo. Vuestro incansable y heroico sacrificio ha hecho posible que hoy me encuentre aquí en libertad. Por ello, pongo en vuestras manos los días de vida que puedan quedarme”. ¿Qué más se puede decir?

Rabito de paja: “Y, como todos los profetas, fui lapidado a causa de mis profecías”. José María Vargas Vila.
Rabillo de paja: ¿Qué pasó con la mermelada de las regalías? ¿No pues dizque alcanzaba pa’ toda la tostada?