Por: Andrés Mejía-Vergnaud*
Diciembre ha resultado ser temporada de abominaciones y renuncias. Llegó primero la de Camilo Jiménez, aquel profesor que deja el abnegado oficio de la cátedra porque sus estudiantes no pudieron hacer un resumen. Una semana después aparece la de Carolina Sanín, columnista dominical de El Espectador, y aparentemente autora de algún libro. Escribe ella una ferocísima invectiva contra Bogotá, tras la cual anuncia que abdica de su columna. Me disculparán si me comporto como el discípulo de Aristóteles y de Frege que no puedo evitar ser, es decir, si trato de buscar en esto algo de lógica: quisiera examinar si la consecuencia de la renuncia se sigue de un modo u otro de los argumentos expuestos por los autores, ella iracunda, él decepcionado. Veo ya a mis colegas advertir que la lógica clásica no permite evaluar decisiones, sino tesis. Vamos a ser un poco más flexibles, y vamos a entender la decisión como si ella fuese consecuencia de una tesis, a saber, que no existen las condiciones que permiten o justifican el ejercicio de la actividad de profesor, en un caso, y de columnista en el otro.

Empiezo por transmitir mi primera impresión, un poco curiosa: aun cuando hallo más verdad en la diatriba de Sanín que en la de Jiménez, veo menos lógica en la decisión de ella que en la de él. Me explico: creo que Camilo Jiménez se equivoca de modo muy serio en su apreciación sobre los jóvenes y sobre el estudiantado. Creo, por el contrario, que buena parte de las cosas que dice Carolina Sanín son verdades, aun cuando sea odioso el tono de su enunciación, la cual tiene más esnobismo que los “burgueses” que según ella viven en el edificio Ego Box y ponen libros de Mompox en la mesa de centro. Aun así, es verdad que es horrendo tener que soportar en Bogotá a los buses (no se me habría ocurrido llamarlos “autobuses”), ya sea como pasajero, como peatón o como conductor particular; es verdad que la ciudad huele mal en muchas partes, que el servicio de taxis es pésimo, y que llueve mucho últimamente (pregúntenle a Juan Manuel cómo sufre él con la “maldita Niña”). No suscribiría yo otras cosas que son de orden más subjetivo, como los juicios de Sanín sobre la gente que habita a Bogotá: los tontos poblamos el planeta de modo más o menos uniforme. Pero en fin, creo que la columna de Carolina Sanín comunica un malestar con nuestra bella ciudad en el cual hay muchas verdades. Que no las hay en la insatisfacción que llevó a Camilo Jiménez a calificar de incapaz a una generación (la cual, por cierto, es más capaz que la suya).

Pero curiosamente, hay un poco más de lógica en la renuncia de Camilo Jiménez: él declara que los estudiantes son incapaces; para que sea posible la docencia (suponemos que así razona) los estudiantes han de ser capaces; no lo son, por tanto la docencia es imposible: QED. Donde no encuentro un ápice de lógica es en la columna de Carolina Sanín: Bogotá es insoportable y sus gentes son insoportables, por tanto, renuncio a mi columna. ¿? ¿Podrá alguien explicar de qué modo, de la insatisfacción con una ciudad y del repudio a sus gentes, se sigue que hay que renunciar a una cierta actividad que nada tiene que ver con esas condiciones? Lo entendería si quien renunciase fuera un conductor de servicio particular, o un agente de policía: su actividad sí se dificulta por el hecho de ser Bogotá el miserable infierno que describe Sanín. El problema para la columnista es que, al carecer por completo de lógica su posición, los lectores inevitablemente pensarán que son otras las razones que le llevaron a su renuncia. Me decía eso ayer un amigo en un café (uno de esos magníficos cafés que hay en esta ciudad, donde disfruto de la conversación con gente brillante y agradable); me decía ayer ese contertulio que el motivo sería provocar escándalo y ganar notoriedad. No tengo razones para afirmarlo, pero a ese tipo de especulaciones tendrá que atenerse la columnista. Yo, por mi parte, seguiré amando a esta ciudad, cuyos defectos no desconozco, y seguiré disfrutando de ella, y procurando de alguna manera contribuir a su mejoría.

*Director Académico del Instituto de Ciencia Política