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Por: Mauricio Vargas
El lunes 15 de abril, mientras se abría un crudo debate sobre la legitimidad del resultado de las elecciones del domingo 14 en Venezuela, debido a las múltiples pruebas de fraude, la Cancillería colombiana se apresuró a reconocer el triunfo de Nicolás Maduro y a felicitarlo. La ministra de Relaciones Exteriores, María Ángela Holguín, actuaba en ello de manera fiel a la política que ella y el presidente Juan Manuel Santos trazaron desde el 2010, de apaciguar al régimen chavista, que de modo tan agrio llegó a enfrentarse con Colombia en el cierre del doble mandato de Álvaro Uribe.

Días antes, la Canciller se le había atravesado al viaje de una delegación de congresistas colombianos como misión observadora para las elecciones, con lo que el afán de no disgustar al régimen fue llevado al extremo de impedir un elemental ejercicio de vigilancia democrática. Días después de la votación y ante el incremento de las tensiones por las denuncias de fraude, Santos quiso matizar e impulsó un encuentro de mandatarios en Lima, que reconoció a Maduro a cambio de un compromiso de reconteo de los votos.

Fue un pequeño gesto, demasiado pequeño frente a esa mitad de Venezuela que no quiere al heredero de Chávez y que, hace años, creyó ver en Santos a un amigo. Sobre todo porque, días más tarde, el gobierno de Maduro endureció la represión: mientras las autoridades electorales le ponían conejo al candidato opositor, Henrique Capriles, y archivaban la idea de un recuento voto a voto, voceros del gabinete le daban a Capriles tratamiento no de opositor para respetar, sino de criminal para perseguir, y anunciaban que estaba lista una celda para él.

La consecuencia fue el aumento de las tensiones y hasta de la violencia. El más reciente capítulo fue la muñequera entre diputados oficialistas (los más) y legisladores opositores (los menos) en el congreso venezolano. Ni siquiera María Corina Machado, la valerosa líder antichavista, se salvó del ataque. Y Colombia, ¿qué dijo? Casi nada. La misma Cancillería que el 15 de abril voló a reconocer y felicitar a Maduro, apenas se animó el jueves con una tímida condena del episodio.

Quienes defienden el silencio del gobierno colombiano alegan que molestar a Maduro podría tener consecuencias negativas en la mesa de La Habana. Si alguna vez eso fue cierto, hoy ya no lo es. El proceso está en marcha bajo protección cubana, y por nada del mundo los Castro dejarían pasar la oportunidad de ganarse los puntos de actuar como padrinos del final de la guerra de Colombia con las Farc. Es evidente que, en medio de los enormes líos políticos y económicos que afronta, Maduro necesita hoy más a Colombia de lo que Colombia necesita a Maduro.

Santos y Holguín deben saber que están acumulando evidencia de su complicidad con un régimen cuya deriva dictatorial parece no tener reversa. Quizás la Canciller ya no tenga cómo cambiar, por el cúmulo de compromisos que de seguro adquirió con Maduro cuando este era su homólogo. Pero el Presidente, que tiene una dura reelección por delante y para ello debe conquistar a una opinión profundamente antimadurista, sí.

Fuente: Eltiempo.com