Es común que en cada elección aparezca un personaje que el electorado considera muy bueno pero cuyo momento aún no ha llegado. Bien puede ser por falta de reconocimiento, de años («muy biche») o por los bajos números que le endilgan las encuestas. Su apoyo, por lo general, es utilizado como voto útil para un candidato que no convence pero que evitaría que otro gane.

Ese tipo de filosofía ha terminado por favorecer a candidatos mediocres y por eliminar las posibilidades políticas del candidato depositario de la futura confianza. La política, como la mayoría de las cosas que se mueven por las pasiones humanas, cambia día a día, y el contexto que hoy podía favorecer a un candidato, en unos meses puede perjudicarlo o por lo menos hacerlo pasar a un segundo plano.

Por supuesto que no se trata siempre de ganar. A veces el objetivo de una campaña es mejorar el reconocimiento del personaje o aumentar significativamente el caudal de votantes con miras a futuros comicios o a un nuevo cargo público. Pero sin llamarnos a engaños, el camino será largo y habrá que contar con más suerte que determinación.

De casos de próximos gobernantes que nunca fueron, está llena la historia reciente en Colombia. Antonio Navarro, que asumió las banderas del inmolado Carlos Pizarro, cuando el movimiento guerrillero M19 firmó la paz con el gobierno Betancur, nunca llegó a la casa de Nariño a pesar de verse como una promisoria opción. Noemí Sanín tampoco contó con mejor suerte, a pesar de que en la campaña de 1988 se veía con seguridad como la próxima presidenta.

¿Usted recuerda quién era la el candidato para la «próxima elección» en las pasadas elecciones locales? Seguramente no. Quedaron pendientes jóvenes promesas de la política de las que poco se volvió a hablar o a las que cada vez les queda más difícil retomar el camino al poder. En Bogotá, quedó pendiente Juan Carlos Flórez, en Medellín, Gabriel Jaime Rico y en Cali, Bruno Díaz (Ver Wikipedia).

La mente política toma decisiones en el corto plazo y por coyunturas. En el largo plazo las variables son tantas que no es posible pronosticar quién podrá ser el candidato cuyas propuestas se conecten con los deseos y necesidades de su gente en ese momento. Por eso ser el candidato para la «próxima elección», en el mejor de los casos, es un premio de consolación.