La última vez que Francia eligió a un presidente, Francois Hollande era un gordito simpático al que comparaban con un flan, segundón de Segolene Royal, la candidata de su Partido Socialista y la madre de sus cuatro hijos.

Ahora que es el candidato del partido y está al borde de un triunfo electoral que nadie esperaba, aparece con una figura esbelta, la apostura de un estadista, el gesto severo y el futuro promisorio de quien supo manejar un debate arduo con un aire que sólo cabe calificar de presidencial.

Hollande todavía debe vencer al presidente derechista Nicolas Sarkozy en su desempate el domingo, pero aún si pierde, a pesar de lo que vaticinan las encuestas, su transformación pasará a la historia como notable.

En un acto electoral coreografiado a la perfección el jueves frente a una puesta del Sol en el sur de Francia, Hollande dijo confiado que está «preparado para gobernar el país».

Son palabras ambiciosas en boca de alguien de quien un camarada socialista dijo que era blando como una fresa. Otros lo llamaron melcocha. Un popular programa satírico de títeres, Les Guignols de l’Info, lo mostró como un flan, un tonto incapaz de decidirse.

Como jefe del Partido Socialista en 1997-2008, era considerado un simple vocero de dirigentes más vigorosos y dinámicos. Bajo su conducción, el partido estuvo a punto de desintegrarse.

Cuando los socialistas se preparaban para las elecciones de 2007, la popularidad de su compañera sentimental Royal era abrumadoramente mayor. Una encuesta le dio a ella 42 puntos; a él, 12. Lo llamaban «monsieur Royal» y la relación se deterioró.

Durante toda la presidencia de Sarkozy, Hollande se mantenía en la sombra como posible oponente.

Sin embargo, los socialistas querían otro candidato: Dominique Strauss-Kahn, el entonces jefe del Fondo Monetario Internacional. Cuando los escándalos sexuales pusieron fin a la carrera de Strauss-Kahn, el viejo Hollande reapareció, pero con un nuevo aspecto.

Hizo dieta y perdió la panza. Cambió las gafas redondas de profesor amable por otras cuadradas y sin marco.

Sus promesas de ser un presidente «normal» resonaron en una población temerosa por su futuro. Aparecieron oponentes más carismáticos, pero fueron arrollados por la campaña lenta y segura de Hollande.

El miércoles, la transformación lució total.

En un debate televisado con Sarkozy —un hombre de lengua afilada que se dice había amenazado con «atomizar» a su oponente— Hollande se mantuvo firme. Para cada ataque tenía una respuesta. Los dos se quitaron los guantes y no hubo perdedores.

«Nadie conocía de veras a Francois Hollande, nadie sospechaba su fuerza. Adicionalmente, la descubrieron», dijo Serge Raffy, autor de una biografía de Hollande, a The Associated Press el jueves.

En el último acto electoral de Hollande, el jueves, en Tolosa, el jubilado Daniel Troupeau estuvo de acuerdo: «Frrancois Hollande estuvo a la altura. Estuvo en general muy agresivo, pero supo cuando responder. Tuvo la apostura de un gran presidente».

Conocido por su sentido del humor, Hollande bajó el tono cómico y elevó la agresividad de la campaña.

En Tolosa, aludió con sarcasmo a la «modestia, moderación y discreción» de Sarkozy en el debate y entonces elevó las manos para exclamar: «¡Ustedes arrancarán la victoria de manos de la derecha para ofrecerla a todo el pueblo!»

Fuente: Dinero.com