What people think it looks like

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Por: Santiago Silva Jaramillo
La historia del imperio romano es la historia de sus derrotas; fueron los romanos precisamente capaces de construir un imperio que sobrevivió cientos de años gracias en buena medida a su capacidad para persistir y reponerse de las debacles. Sus anécdotas más extraordinarias se asocian en muchos casos no con grandes hazañas bélicas o genios militares (aunque de esos tuvieron muchos), sino a su terca determinación de conquistar el mundo, al convencimiento nunca controvertido de alcanzar lo que se proponían. Así, estudiando su historia es fácil concluir que los esfuerzos humanos son más una cuestión de sobreponerse a las derrotas que de alcanzar victorias.

Aunque sea la historia romana abundante en ejemplos sobre esto, me gusta sobremanera el de la batalla de Cannas. A finales el siglo III antes de Cristo, Roma se encontraba en guerra con la ciudad africana de Cartago, el general cartaginés Aníbal Barca logró invadir Italia y derrotar consecutivamente a tres ejércitos romanos en su propio territorio. La tercera de estas derrotas ocurrió en la localidad de Cannas. Los romanos, decididos a acabar con Aníbal, habían reunido un extraordinario ejército de más de sesenta mil hombres, pero el general cartaginés era un excelente estratega y les propinó una aplastante derrota a los romanos.

Al final de la batalla, casi el noventa por ciento de las fuerzas romanas estaban muertas o habían sido tomadas prisioneras. La debacle era total para Roma; aproximadamente un séptimo de su población había caído en la batalla y algo más de la mitad del total de sus fuerzas totales. El liderazgo romano también sufrió bastante, uno de los dos cónsules y por lo menos la mitad del Senado cayó en Cannas. Aníbal estaba seguro de que luego de semejante derrota los romanos se rendirían y parar saldar el asunto envío una delegación para negociar una tregua. Los cartaginenses fueron recibidos en el Senado romano y luego de exponer unos términos bastante blandos dadas las circunstancias, se llevaron la sorpresa de una vida al ver cómo los senadores que quedaban vivos les respondían: “¿por qué aceptaríamos estos términos? Nosotros no hemos perdido la guerra, Cannas fue solo una batalla”.

Aníbal recibió desconcertado las razones que sus enviados le trajeron de Roma, pero retomó pronto su campaña en contra de sus aliados en Italia. Los romanos, echando mano de una fortaleza y terquedad que solo podrían tener ellos, reclutaron ejército tras ejército, resistieron, probaron nuevas estrategias contra Aníbal y por fin, luego de una década de desgastante guerra, el general romano Publio Cornelio Escipión derrotó a Aníbal en África y obligó a Cartago a firmar la paz.

La persistencia es al final el valor más importante de quienes consiguen lo que quieren. Frente a la escasez de genialidades y divinidades en el mundo contemporánea y ante la claridad de no poseer ninguna, los hombres comunes y corrientes debemos confiar en nuestra terquedad más que en la suerte, en la insistencia por encima, incluso, de la habilidad.

En realidad, tampoco hay mucho mérito en las victorias sencillas o en las rendiciones inmediatas; es de la sangre en el suelo y el sudor en la frente que se construyen las leyendas. De igual manera, casi la totalidad de los grandes esfuerzos humanos han implicado una serie de derrotas que llevan a cambiar los rumbos de un grupo o individuo humano hasta alcanzar la victoria. Esa es la razón de incluir el dibujo del comediante Demetri Martin al comienzo de este texto, el éxito de cualquier empresa humana no depende de nuestra capacidad para acertar, sino de reponernos y reenfocar luego de errar.

Otro ejemplo histórico que me parece ilustrativo es el del Día D. En efecto, la exitosa invasión de Normandía por los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial era el segundo intento luego de una fallida operación en la región norteña de Bretaña en Francia que algunos años atrás le había costado cientos de vidas al ejército británico.

Sí, nadie lo logra en el primer intento. Los vencedores no son los que ganan las primeras batallas, sino los que logran la victoria en la guerra; y es de persistentes y aguantadores que está enchapada la pared de los ganadores.